No se dignó ni a revolver ni a despedirse. Y ella, que guardaba una larga conversación pero no con palabras sino con silencios y miradas, porque pensaba que era lo que él necesitaba y no veía que era lo que ella quería que necesitara. Que nadie necesita nada que no quiera.
Por fin, un día de aire enrarecido y calles mojadas llamó otra vez, quería comprobar, quería probar, quería... encontrar cualquier cosa excepto aquello que encontró. A un desconocido, extrañado de su existencia, confuso y lejano, tan lejano que parecía que jamás hubieran compartido el cepillo de dientes.
Quién sabe, igual fue ella la que cambió eso que llamaba sueños por petites morts, y también puede que fuera la responsable de perder sonrisas mientras buscaba mariposas que puede que nunca fueran tales, sino miedos a que esos sueños se materializaran y dejaran de dar sentido a sus horas muertas.¿Tiene sentido? ¿Tenía sentido?
¿Es que acaso algo lo tiene?
