domingo, 6 de febrero de 2011

circulismos




Invertía demasiado tiempo mirándome al ombligo, o peor aún, mirando a otro ombligo que no era el mío y que se me antojaba el centro del universo. Menos mal que jamás fui una persona constante, y hasta esa obsesiva costumbre perdí. 
Más que perder, en verdad cambié este entretenimiento por esas rutinas autodestructivas que, paradójicamente curan todos los males, o casi todos.
Después, como siempre que agoto ese existir inconsistente y árido, la realidad me arroja al mundo de nuevo.
Esta vez me dio dos bofetadas y una patada tan fuerte que me expatrió. 
Tardé en encontrarme, pero un día al hallar esa piedra con la que había tropezado supe que esa era la senda que conducía a donde yo quería. Acompañada del Sol caminaba hacia sur, disfrutaba del paisaje durante el día y por las noches me cobijaba. Conocía los peligros que iban ligados a ella. 
Continué así semanas, se empezaron a acortar los días y llegó el frío. Por andar descalza enfermé. Tuve fiebre. Un día, dos, y al tercero soñé con el día, con su olor embriagador, su fuerte calor y su piel suave. Me lamió, asió y absorbió todo el veneno de la fiebre. Inundome con su calor y hasta que quedé dormida, entonces me dejó ahí tendida. 
Desperté, busqué esa suavidad, mas sólo encontré piedras y malas hierbas. Me levanté, seguí, quería ese calor vital, esa era mi nueva motivación, mi nuevo ombligo. 
Por supuesto perdí el rumbo, y tras largas jornadas me agoté, caí deshidratada. 
Llegó la noche, oscura, misteriosa, peligrosamente tranquila. Me vio y no dijo nada. 
Estaba dolida, hacía mucho que no me dignaba ni a mirarla, desde que me descubrió parte de lo que guardaba. 
Pasó de largo, mientras yo moría. 
Pero justo antes de desaparecer dejó caer un velo de rocío que bebí ansiosamente. 
No lloré por vergüenza y respeto a ella.
Apretando los dientes me levanté y dirigí una última mirada al horizonte por donde marchó. 
Acepté mi maldita condición de mortal, tendente los círculos viciosos. Dejé de perseguir sueños y perdones imposibles. Tomé un atajo para llegar a la ciudad de la perdición, buscando esa droga que sacudiera a todo mi ser y me volviera a colocar en el sitio al que pertenezco. A la espera de un nuevo lunar, hombro o sonrisa que venerar.