viernes, 25 de junio de 2010

Luperca

Después de muchos paseos al caer la tarde con una sombra besando sus talones, decidió descubrir a su escurridizo perseguidor. Día tras día daba rodeos, mirando de reojo, tendía trampas y no conseguía sino sorprenderse cayendo en su propias redes, atrapando vacío nada más. Vivía atormentada por su torpeza e inocencia, encantadores rasgos si se ven desde fuera, pero cuando se llevan grapados a la espalda dejan de tener gracia. Habló de ello y recibió amonestaciones disfrazadas de consejos. Dejó de escuchar, de observar, de relacionarse, de sentir el calor del asfalto y la brisa bochornosa veraniega, pues tenía toda su atención focalizada justo un paso por detrás de su persona. Tropezaba una y otra vez. Le dolía todo. Pidió ayuda y volvió a recibir una lluvia de frases extraídas directamente del refranero castellano, tópicos típicos y delicias varias con las que nos deleitan las mayólicas de muchos bares. Harta, trastornada y selectivamente sorda más por necesidad que por voluntad siguió caminando durante días hasta caer extenuada.
Una sensación húmeda la despertó, era una perra lamiendo su rostro. Se miraron y no se dijeron nada, claro, los perros no se expresan con palabras, ni regalan moralejas. La creyó perdida, pero por que los animales con los que convivimos son reflejos nuestros, y yo, en mi condición de persona medianamente civilizada no puedo evitar recurrir a frases de cero sesenta.
Luperca hizo una excepción y aceptó que esa mujer acompañara su vida esteparia. Sin palabras le enseñaría más de si misma que cualquier diario fielmente garabateado cada noche.
Aprendió a vivir en el mundo pero con una visión más amplia y despegada. Tanto, que cuando intentó volver a la civilización no lo soportó, y tras romper todos los azulejillos de un bar, volvió a caminar sin rumbo pero esta vez con la atención en sus seis sentidos bajo la mirada vigilante de una sabia sombra.

lunes, 7 de junio de 2010

paso

Me cansé de participar en ese juego en el que siempre pierdo.