sábado, 20 de noviembre de 2010

La vie en rose

Durante la postguerra viví en una pensión del barrio de Montmartre. Mi habitación tenía un balconcito que daba a un callejón lleno de prostitutas por el que apenas pasaba un coche. Una noche recuerdo que un gran escándalo me despertó. Una chica borracha gritaba y lloraba desconsolada. Le contaba a las putas que su hombre había terminado con ella. Poco a poco las luces de todos los vecinos se fueron encenciendo, salíamos a las ventanas y balcones preguntando que qué pasaba. Mientras, abajo, la chica hablaba de una canción, de moda entonces, que le recordaba a él. Espontáneamente primero una, luego todas, empezaron a cantar.


"Des yeux qui font baisser les miens,

Un rire qui se perd sur sa bouche,
Voilà le portrait sans retouche
De l'homme auquel j'appartiens..."



Poco a poco dejamos de hablar entre nosotros y también nos unimos al coro callejero.



Quand il me prend dans ses bras,

Qu'il me parle tout bas,
Je vois la vie en rose.


Il me dit des mots d'amour,
Des mots de tous les jours,
Et ça m' fait quelque chose...



Antes de que la canción terminara la figura menuda había emprendido su camino callejón arriba, quién sabe hacia dónde. La gente de los pisos, que ya se había olvidado de ella, continuaron hablando con las mujeres de la calle y con los demás vecinos.

Así era el París que yo conocí y que siempre recordaré.









"La noche sugiere, no enseña.
La noche nos encuentra y nos sorprende por su extrañeza; ella libera en nosotros las fuerzas que, durante el día, son dominadas por la razón..."
(Brassaï)



Fotografías de Brassaï
"La prostitute" y "Les escaliers de Montmartre".

lunes, 15 de noviembre de 2010

Me acuerdo que aquel día comí tan tarde que ya habían acabado los telediarios y en los canales que ofrecen 24 horas de noticias hablaban de fútbol. Sin demasiada esperanza de encontrar algo que robara mi atención zapeé, buscaba algo que me arrancara mi realidad inmediata. Nunca me gustaron ni la programación de tarde, ni la sección de deportes del telediario, ni las rutinas. La repetición diaria de una serie de acciones de forma automática, sin cabida para la espontaneidad, sin posibilidad de arrancarle 15 minutos más a las sábanas. No llevo tanto tiempo atrapada en esto y no me va a matar, pero no me gusta.

De pronto una serie de imágenes se sucedieron en la pantalla. Pertenecían a un artista valenciano que, la verdad, no me interesaban demasiado, hasta que apareció el cuadro.



















El hortelano_ La Osa Mayor/ Megrez



Dos segundos en la pantalla. Un par más en mi retina. Sin embargo, días en mi mente grabada a fuego. 

El arte es algo subjetivo, ahí está lo brutal. Como dijo una vez un profesor de historia de la estética que tuve "El arte es el territorio de la libertad más radical".

Para mí esta pintura es la antítesis de San Juan de la Cruz de Dalí, en la que este se está situando, nos está situando, por encima de la religión, de Dios y del mundo terrenal. Sin embargo en la Osa Mayor el ser es únicamente eso, no es un Dios ni casi un ser humano, es más sencillo, más animal. No mira, únicamente respira, siente, fluye.

Es también Jim Carroll tumbado en la azotea masturbándose bajo el cielo de Nuevo York.

Es Richard saltando por la ventana mientras Clarissa lo observa horrorizada.

Es el momento que se sucede al orgasmo.

Es el primer viaje de heroína.

Sólo existe la tierra que humedece tu espalda, el aire que acaricia tu cuerpo y el cielo que te arropa. 

jueves, 4 de noviembre de 2010

El profeta de Gibrán


Hace mucho tiempo que quería colgar estas líneas, y aunque mi momento pasó, el deseo de verlas aquí no.
Aquí va la introducción de El profeta, mi compañero de viaje por el sur de Francia. 


"Almustafá, el elegido y bienamado, el que era un amanecer en su propio día, había esperado doce años en la ciudad de Orfalese la vuelta del barco que debía devolverlo a su isla natal.

A los doce años, en el séptimo día de Yeleol, el mes de las cosechas, subió a la colina, más allá de los muros de la ciudad, y contempló él mar. Y vio su barco llegando con la bruma.

Se abrieron, entonces, de par en par las puertas de su corazón y su alegría voló sobre el océano. Cerró los ojos y oró en los silencios de su alma.

Sin embargo, al descender de la colina, cayó sobre él una profunda tristeza, y pensó así, en su corazón. ¿Cómo podría partir en paz y sin pena? 


No, no abandonaré esta ciudad sin una herida en el alma.

Largos fueron los días de dolor que pasé entre sus muros y largas fueron las noches de soledad y, ¿quién puede separarse sin pena de su soledad y su dolor?

Demasiados fragmentos de mi espíritu he esparcido por estas calles y son muchos los hijos de mi anhelo que marchan desnudos entre las colinas.


No puedo abandonarlos sin aflicción y sin pena.

No es una túnica la que me quito hoy, sino mi propia piel, que desgarro con mis propias manos.

Y no es un pensamiento el que dejo, sino un corazón, endulzado por el hambre y la sed.

Pero, no puedo detenerme más.

El mar, que llama todas las cosas a su seno, me llama y debo embarcarme.

Porque el quedarse, aunque las horas ardan en la noche, es congelarse y cristalizarse y ser ceñido por un molde.


Desearía llevar conmigo todo lo de aquí, pero, ¿cómo lo haré?

Una voz no puede llevarse la lengua y los labios que le dieron alas. 


Sola debe buscar el éter.


Y sola, sin su nido, volará el águila cruzando el sol


Entonces, cuando llegó al pie de la colina, miró al mar otra vez y vio a su barco acercándose al puerto y, sobre la proa, los marineros, los hombres de su propia tierra.


Y su alma los llamó, diciendo:


Hijos de mi anciana madre, jinetes de las mareas; ¡cuántas veces habéis surcado mis sueños! Y ahora llegáis en mi vigilia, que es mi sueño más profundo.


Estoy listo a partir y mis ansias, con las velas desplegadas, esperan el viento.


Respiraré otra vez más este aire calmo, contemplaré otra vez tan sólo hacia atrás, amorosamente.


Y luego estaré con vosotros, marino entre marinos. 


Y tú, inmenso mar, madre sin sueño.


Tú que eres la paz y la libertad para el río y el arroyo. 


Permite un rodeo más a esta corriente, un murmullo más a esta cañada.


Y luego iré hacia ti, como gota sin límites a un océano sin límites.


Y, caminando, vio a lo lejos cómo hombres abandonaban sus campos y sus viñas y se encaminaban apresuradamente hacia las puertas de la ciudad.


Y oyó sus voces llamando su nombre y gritando de lugar a lugar, contándose el uno al otro de la llegada de su barco. Y se dijo a sí mismo:


¿Será el día de la partida el día del encuentro? ¿Y será mi crepúsculo, realmente, mi amanecer?


¿Y, qué daré a aquel que dejó su arado en la mitad del surco, o a aquel que ha detenido la rueda de su lagar?


¿Se convertirá mi corazón en un árbol cargado de frutos que yo recoja para entregárselos?


¿Fluirán mis deseos como una fuente para llenar sus copas?


¿Será un arpa bajo los dedos del Poderoso o una flauta a través de la cual pase su aliento?


Buscador de silencios soy ¿qué tesoros he hallado en ellos que pueda ofrecer confiadamente?


Si es éste mi día de cosecha ¿en qué campos sembré la semilla y en qué estaciones, sin memoria?


Si ésta es, en verdad, la hora en que levante mi lámpara, no es mi llama la que arderá en ella.


Oscura y vacía levantaré mi lámpara. Y el guardián de la noche la llenará de aceite y la encenderá.


En palabras decía estas cosas. Pero mucho quedaba sin decir en su corazón. Porque él no podía expresar, su más profundo secreto.


Y, cuando entró en la ciudad, toda la gente vino a él, llamándolo a voces.


Y los viejos se adelantaron y dijeron: No nos dejes.


Has sido un mediodía en nuestros crepúsculo y tu juventud nos ha dado motivos para soñar. [...]

Y vinieron otros también a suplicarle. Pero él no les respondió. 


Inclinó la cabeza y aquellos que estaban a su lado vieron cómo las lágrimas caían sobre su pecho. [...]

Y salió del santuario una mujer llamada Almitra. Era una profetisa.


Y él la miró con enorme ternura, porque fue la primera que lo buscó y creyó en él cuando tan sólo había estado un día en la ciudad.


Y ella lo saludó, diciendo:


Profeta de Dios, buscador de lo supremo; largamente has escudriñado las distancias buscando tu barco.


Y ahora tu barco ha llegado y debes irte.


Profundo es tu anhelo por la tierra de tus recuerdos y por el lugar de tus mayores deseos y nuestro amor no te atará, ni nuestras necesidades detendrán tu paso..."


Hay frases y momentos que se graban a fuego en nuestra memoria.