lunes, 28 de diciembre de 2009

Tacones húmedos





Hacía tanto tiempo que no se permitía soñar despierta que no se dio cuenta de que ya no llevaba las alas de la imaginación puestas y que su modo de vida la estaba llevando directamente al abismo. No por ser autodestructivo y caótico sino justamente por lo contrario.


Hasta que una noche con ese tipo de pensamiento genial que el alcohol te cede a cambio de la lucidez convencional, se percató de que el tiempo se le había escapado entre cenas y reuniones como la que acababa de concluir, que ya no volvería a ser joven. No era el ser joven sino lo que se vive siendo joven, lo que la sociedad te permite hacer en esos años, o por lo menos lo que acepta pasar por alto y posteriormente te niega rotundamente.


Las paredes de su tranquilo hogar empezaban a estrecharse, necesitaba aire. Salió a dar una vuelta y se dirigió al río. Desde el puente, un poco asustada todavía, se asomó. El agua reflejó a una mujer domesticada y vacía. Esa mujer representaba todo lo que ella había criticado tan duramente durante su juventud.



Apartó la mirada, pensó en su marido, en su casa, en su antiarrugas de caviar de 200 euros, en la cena de mañana con su suegra, en decorar la casa por navidad, en su próximo aniversario... se volvió a asomar, ahora, el reflejo le miraba suplicante sin embargo no veía si lo que quería era que lo hiciera o que no. Se quitó los tacones y los lanzó con todas sus fuerzas hacia la mujer que la miraba. 


Gritó, gritó todo lo alto que pudo, maldijo, lloró. 


Se desnudó, su cuerpo perfecto resultado de años de anorexia y gimnasio se estremeció por el frío. Subió a la barandilla del puente. De pie con el viento agitando sus cabellos, los músculos tensos y la mandíbula apretada volvía a parecerse a la salvaje que algún día fue. 


Ya más relajada, en silencio y con los ojos bien abiertos se precipitó hacia las heladas aguas.

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