lunes, 8 de febrero de 2010

El perro de las lágrimas de Saramago

Y tampoco merece que le llamen hiena al perro de las lágrimas que sigue a la mujer del médico, no anda olisqueando carne muerta, acompaña a unos ojos que él sabe muy bien que están vivos.


Es difícil andar. En algunas calles, sobre todo en las más inclinadas, el caudal de agua de lluvia, transformada en torrente, lanzó coches contra coches, o contra las casas, derribando puertas, rompiendo escaparates, el suelo está cubierto de pedazos de vidrio grueso. Aprisionado entre dos coches se pudre el cuerpo de un hombre. La mujer del médico desvía los ojos. El perro de las lágrimas se aproxima, pero la muerte lo intimida, da dos pasos, de súbito se le encrespó el pelo, un aullido lacerante salió de su garganta, lo malo de este perro es que se ha aproximado tanto a los humanos que va a acabar sufriendo como ellos.

…al oír estas palabras la mujer del médico empezó a llorar, tendría que estar contenta, y lloraba, qué singulares reacciones tiene la gente, claro que estaba contenta, Dios mío, es bien fácil de entender, lloraba porque de golpe se le había agotado toda la resistencia mental, era como una niña que acabase de nacer y este llanto es su primero y aún inconsciente vagido. Se le acercó el perro de las lágrimas, éste sabe siempre cuándo lo necesitan, por eso la mujer del médico se agarró a él, no es que no quisiera bien a todos cuantos se encontraban allí, pero en aquel momento fue tan intensa su impresión de soledad, tan insoportable, que le pareció que sólo podría ser mitigada en la extraña sed con que el perro le bebía las lágrimas.

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