lunes, 18 de enero de 2010

Un sótano en Brooklyn




Tras una hora en esa barra ya no pensaba en lo mucho que le hubiera gustado compartir ese momento con alguien.
Disfrutaba cada nota que hacía sonar la banda, vibraba, su cuerpo se movía levemente al son de la música sobre el taburete. Cerraba los ojos, saboreaba el vino, llenaba sus pulmones del aire cargante y no podía hacer otra cosa que sonreír. Le encantaba ese diminuto antro de atmósfera densa, de escenario enano y grandes desconocidos dejándose llevar, hipnotizando. Se percataba de que los cambios bruscos que tantas experiencias enriquecedoras le concedían, llevan implícito el abandono de hábitos placenteros que extrañaba. Así era, había dejado una insana relación, un alienante trabajo y un piso agobiante. En ese mismo orden, y siendo el primero de los tres el que más le gustaba, sacó valor para pasar página y acabar con todo radicalmente. 
Ahora, en paz consigo misma, había vuelto a ese barrio dando un paseo y se había metido en el callejón guiada por recuerdos de tiempos pasados, no necesariamente mejores. También había encontrado una hermosa felina detrás de la barra siempre dispuesta a llenarle la copa, regalarle la mejor de sus sonrisas y la más seductora de sus miradas.
Los músicos dejaron de tocar y fueron aclamados tan apasionadamente por las treinta personas que casi llenaban el local que, radiantes de agradecimiento, les deleitaron con más droga en forma de ondas sinusoidales.
Necesitaba compartir su regocijo con alguien y buscó con la mirada a la exótica camarera, se sorprendió al encontrar la suya clavada en su persona. Se miraron fijamente a los ojos, se sonrieron. Le dio la espalda, cogió otra botella y se acercó a su copa.
- A esta invita la casa -dijo con una voz profunda y sensual.
- Gracias. ¿Brindamos?
Se dio la vuelta para coger su vaso. Descubrió a la sexualidad en estado puro en esas curvas, en ese caminar lento, en esos movimientos armónicos...
- ¿Por qué quieres brindar?
- Mmm, ¿por el bis?
- Claro.
Las miradas no se daban tregua, las copas chocaron, los labios dejaron huella en los bordes, la música seguía sonando y la excitación creciendo. La camarera acercó la copa pidiendo brindar otra vez.
- Por las personas que saben disfrutar de la buena música y se dejan caer por aquí.
- Por los escenarios que ofrecen la oportunidad de regalar al mundo lo que se lleva dentro.
- Por las noches que guían a personas que te hacen vibrar a tu lado.
- Por el morbo de la incertidumbre.
- Por el placer de brindar contigo.
- Por el deseo de saborearte.
- Por este beso.


Por esas noches diferentes, y por todas las que te hacen sentir infinita.


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